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situación insostenible en el real avilés

José María Tejero debe plantearse vender y apartarse para evitar que el club siga dando la lamentable imagen de las últimas horas

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Domingo, 6 de agosto 2017, 07:06

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Este periódico se ha desgastado durante mucho tiempo en tratar de defender determinados signos de identidad de una ciudad, Avilés, que, a la postre, son los que nos hacen más fuertes y nos distinguen frente a las potencialidades de otros territorios con los que seguramente es difícil competir, pero reafirmando siempre que incluso desde la modestia, desde el segundo plano, es posible pelear, construir y hasta soñar. Es cierto que todavía hoy cuesta mucho convencer a los que al final tienen el poder de decisión de que hay cuestiones que no todo el mundo está dispuesto a asimilar: el valor de la cultura, primero como un derecho de los ciudadanos a la altura de la educación o la sanidad, pero a la vez como un recurso económico que nos obliga a revisar conceptos como el diferencial de ‘coste’ e ‘inversión’. En Avilés tenemos un fenómeno para estudiar: el Centro Niemeyer.

Pues bien, algo parecido sucede con el deporte, y más en concreto con el fútbol. Y en el caso de nuestra ciudad, con el Real Avilés. Es de justicia respetar en primer lugar los sentimientos de muchas personas, cientos de aficionados, que siguen sintiendo los colores de un club centenario, independientemente de los avatares que han jalonado su larga trayectoria, desde su oportunidad para haber sido equipo de primera división a su caída a los infiernos cuando se hundió en la Regional Preferente. Al final, basta con que aparezca un mínimo destello de esperanza en el horizonte para que ese aficionado, tantas veces desilusionado, vuelva a mostrar su disposición a emocionarse cada quince días en el Suárez Puerta. Es la fe de quien no está dispuesto a renunciar a ese sentimiento de pertenencia a uno de los símbolos de su ciudad.

Y junto a esa pasión por el equipo de toda la vida, existe un componente mucho más prosaico que desde determinadas instancias nunca se debería olvidar: el valor del fútbol, el del club representativo de una ciudad, en una doble dirección. Primero, como agente importantísimo para la promoción de ese territorio, mucho más allá de sus reducidas fronteras interiores. Y dos, como agente económico local cada vez que el equipo asume su protagonismo cada semana o cada quince días con la visita de sus rivales en las diferentes competiciones, sin olvidar la capacidad de un club de fútbol para generar en su entorno una actividad diaria que todos conocemos sobradamente con múltiples ejemplos cercanos: todo lo anterior se puede resumir muy rápido y sin complicaciones. Véase lo que sucede en Oviedo y en Gijón con el Real Oviedo y con el Sporting. No hace falta añadir nada más.

En Avilés, en cambio, no hemos tenido suerte. Hay que hablar de un claro fracaso, que es lo que queda cuando después de años de intentos, de negociaciones frustradas, de proyectos ilusionantes cerrados en falso, de tantas promesas incumplidas, de buenas palabras que no han llegado a ningún puerto, de pedir paciencia, de colaborar en la ilusión colectiva, nos damos de bruces con la triste realidad: el Real Avilés se ha convertido hoy en una fuente de conflictos permanente que lo único que hace es abochornar a la ciudad.

Que en el entrenamiento del viernes se llegara casi a las manos para impedir que los gestores y el entrenador pudieran hacer su trabajo, frente a una propiedad que el día antes había ‘decretado’ que de nuevo se hacía cargo de la entidad fue la fiel imagen de un club al que su propietario (el de sus acciones) ha llevado al despropósito.

José María Tejero del Río ha sido defendido en estas páginas como la persona que, no hace tantos años, impidió que el Real Avilés desapareciese, dando el paso al frente que nadie más quiso dar para asegurar la mera existencia de la entidad. Nadie le va a quitar ese mérito. Como nadie le va a negar su derecho a intentar sacar un provecho económico de sus acciones en un mundo del fútbol mercantilizado, en el que un simple ascenso de categoría asegura una serie de beneficios, por la vía de los derechos de televisión y otros –entre ellos, el a veces infrahumano trasiego de futbolistas–. De la misma forma que nadie va a negar que el comportamiento de administraciones públicas como el Ayuntamiento de Avilés o el Principado han bordeado la mezquindad, negando al Real Avilés apoyos y hasta subvenciones que legalmente le correspondían (ahí quedan campañas como la del ‘Asturias paraíso natural’ que jamás tuvieron en cuenta al club representativo de Avilés). Y es cierto que el propio Tejero ha sido el primer perjudicado por esa actitud.

Pero el tiempo, desde la llegada de Gol Plus hasta hoy mismo, también nos ha demostrado que José María Tejero decidió entrar en una senda que se hace ya insoportable para el club y para la propia ciudad. Una espiral que consiste en firmar nuevos contratos con gestores nuevos, amagar con vender y a la vez renunciar en cuanto alguien le plantea el órdago de la compra, seguir esperando a un ascenso de categoría que le haga ‘ganar millones’ y, mientras tanto, permanecer en la sombra torpedeando toda la labor de nuevos equipos que, con mejor o peor fortuna, al menos han demostrado que su gestión trata de ser profesional. Los equipos de Tejero en la sombra son los mismos que siguen abochornando desde hace años a la afición, tanto en el club como en la escuela de fútbol, con formas de proceder en donde tiene cabida hasta la amenaza velada a los padres de los críos. Gente con pocos escrúpulos, dispuesta siempre al insulto en las redes sociales y al enredo permanente.

Al final, la sensación que queda es que Tejero busca, y encuentra, un gestor que le pague las nóminas, pero enseguida quiere volver a ser el propietario que manda, impone y maniobra para atosigar, arrinconar y vencer. Y luego que pase el siguiente.

Partidos amistosos suspendidos, fichas que no se han podido registrar en la Federación –Tejero sigue teniendo peso específico en la Federación Asturiana de Maximino Martínez y Villar–, guardias de seguridad en los entrenamientos, cerraduras de puertas cambiadas, insultos permanentes en la prensa, denuncias en los juzgados, filtraciones interesadas a los medios de comunicación, futbolistas que abandonan la entidad por falta de seguridad jurídica, fichajes que se anuncian y que luego no se concretan, como el que se hizo con la vuelta de Raúl González al frente de la Escuela de Fútbol –una de las mejores noticias de los últimos años que desgraciadamente no pudo llevarse a cabo–, contratos fantasma que aparecen fuera de toda lógica económica y profesional que obedecen exclusivamente al capricho del propietario...

José María Tejero tuvo motivos para quejarse por el comportamiento que recibió, tanto él como el club, pero desde que a esta ciudad llegó Gol Plus hace seis años todo el mundo sabe en Avilés que hay fórmulas de gestión profesionales que son capaces de despertar la ilusión a una afición entera y que, más allá de los aciertos y de los errores, esos gestores nos enseñan que, sin olvidar el legítimo objetivo de hacer negocio, lo más importante es devolverle al aficionado el orgullo de sentir unos colores históricos.

José María Tejero debería hacerle un último favor al Real Avilés: vender, apartarse y evitar que, camino del descrédito y de la vergüenza ajena, el club siga dando la lamentable imagen de las últimas horas.

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